viernes, 10 de octubre de 2008

No es país para viejos

Hace unos días, el sábado pasado, me tocó acompañar a mi octogenaria tía de compras. No es la experiencia más agradable, pero tampoco es exactamente padecer los rigores del Infierno, de modo que de vez en cuando hay que atender a la familia (al fin y al cabo, casi todos ellos estaban aquí antes que yo, y se encargaron de mí en un momento u otro).

La primera tienda en la que entramos estaba llena de gente mayor. Los dependientes tenían en la mirada el reflejo de su jubilación asomando por el horizonte. Y las clientas tampoco es que acabaran de terminar de alcanzar la mayoría de edad (en todo caso, la han rebasado tres o cuatro veces. La tienda en sí proporciona ropa que ya es vieja cuando la reciben de fábrica. No tengo ni idea de ropa, pero era mirar esas chaquetas y faldas y saber perfectamente que estaban destinadas a señoras que se tiñen el pelo de azul o violeta.

La segunda tienda era idéntica salvo por la mercancía: en lugar de ropa vendían zapatos (sí, la próxima vez escribiré "zapatería" directamente). Ahí lo gracioso fue cuando la única dependienta se dirigió a mí para preguntarme si estaba atendido, a lo que respondí que no hacía falta, iba de "carga-bolsas": pude ver cómo en su cara se conformaba la expresión "o-sea-me-toca-atender-a-cualquiera-de-las-otras-señoronas-otra-vez". Yo no me lo estaba pasando bien, pero a ella le tocaba vivir eso prácticamente todos los días, frente a las dos horas cada tres meses que es mi cometido.

Reconozco que la mañana me agotó mentalmente. Para seguir el ritmo de mi tía y su mundo tuve que ralentizar el mío, dilatándose el tiempo en mi entorno local. Además de aburrirme un montón, los percibí como dos montones. "Al menos esto es sólo de vez en cuando, y por una buena razón", me decía.

Pero esta mañana me ha tocado ir al médico (hacía tiempo que no os hablaba de estas cosas). He tenido que esperar a que me atendieran unos tres cuartos de hora. Luego, me han mandado a pedir cita para pruebas a dos sitios distintos, de modo que, entre hacer colas y tramitar los papeles, otras dos horas y media laaaaaaaargas. Y, encima, entre lo que queda de mes y principios del próximo tengo que volver unas nueve o diez veces más (de todo un poco: espalda, estómago, análisis, dermatología...).

No soy viejo, pero empiezo a estar convencido de que estoy en el camino (como todos), sólo que saco una terrible delantera a aquellos de mi misma edad. Supongo que así, cuando finalmente acabe en un geriátrico, con mi experiencia seré de "los primeros de la clase".

En cualquier caso, me parece que Fungi tiene a día de hoy todas las papeletas para convertirse en mi "sobrina de carga" las próximas veces que me toque a mí ir de compras (Fungi, avisada quedas).

3 comentarios:

Acido_Cinico dijo...

Espera que pase la crisis financiera mundial, amasa pasta por un tubo -eg vendiendo armas o bonos basura-, consigue tu propio médico, o un seguro médico privado decente que te evite colas lo máximo posible, y subcontrata a un personal shopper que aprenda exponencialmente tus gustos para todo lo que no pueda ser comprar por la red.
Aprovecha todo ese tiempo que te ha llovido del cielo para hacer terapia antienvejecimiento a base de sexo, SPA, lectura, viajes.

Voilà, te acabo de dar la receta del retraso de la vejez....

Tipo Deincógnito dijo...

¿Crisis? ¿Finalmente hay crisis? Y a mí que me habían dicho que no...

Mi vena malvada me pide no retrasar mi vejez, sino acelerar la de los demás.

En cuanto a tu receta, creo que salvo para la primera de las recomendaciones necesitaría que me subvencionaran, porque tampoco es que "nade en la ambulancia" (que decía Manquiña).

Pero, recordando a Mike Hammer: "Tomaré nota".

Acido_Cinico dijo...

O como decía Shrek, ponlo en tareas pendientes...