lunes, 30 de junio de 2008

Leave an impression

Hoy me ha tocado ir de nuevo al dermatólogo, para que revisaran en qué estado me encuentro ahora, tras unos días de medicación. Recordemos que la semana pasada llegué a urgencias con las piernas en un estado similar a las de Robert Downey Jr. en "El detective cantante" (nota mental: ver "El detective cantante"). Ampliando un poco el resumen, en ese estado cutáneo fui observado y contemplado por cuatro mujeres (tres atractivas ángeles de Charlie y una doctora House), además de servir de modelo para un reportaje fotográfico. Y si con esto no sabes de qué hablo, lee la entrada original, que está al lado.

El caso es que esta mañana he llegado a la consulta, puntual y con mucho mejor aspecto que la semana pasada. Cuando me hacen entrar, en un pequeño despachito, veo que están House, sus tres ángeles... y otras cuatro o cinco mujeres más, manteniendo la proporción; es decir, una de mediana edad, y las demás también jóvenes y agradables. Un diez por ciento de hombres (yo) y un noventa por ciento de mujeres (el resto). Sin problema: me gustan los retos.

Y comienzan mis cinco minutos de gloria.

Para empezar, una de los ángeles me reconoce al instante: "ah, sí, es el chico que tenía tan heridas las piernas". Buena señal: en ese momento acababa de entrar, por tanto estaba vestido, por tanto mis piernas no eran visibles, por tanto tuvo que reconocerme por otra razón. Así que al final sí que me miraron a la cara (y obviaron el "momento tripita"). Sí, nena. Juego.

House me pide que le enseñe las piernas, y yo lo hago, pero no quitándome los pantalones, sino subiendo una de las perneras. Otra de los ángeles comenta que mucho mejor tienen que estar para poder mostrárselo de ese modo (traducción libérrima: "mucho mejor tienen que estar para no tener que quedarte otra vez en calzoncillos, lástimalástimalástima"). Sí, nena, sí. Juego y set.

De todos modos, como la inflamación no ha terminado de remitir, me dicen que nada, que me bajan las dosis de fármacos, pero que vuelva en un mes (yo enseguida "me hago de querer"), y mientras me cuenta que debo hablar con mi médico de cabecera me explica cómo tomar las pastillas a partir de ahora. Y, en ese instante, el tercer ángel, la chica que me atendió por primera vez en urgencias, antes de retirarme, le pregunta a House que si me cuenta cómo debo dosificar ahora la medicina. Entonces, House mira al ángel y le dice que acaba de explicármelo un par de veces; y lo hace con una mirada con la que quiere decirle "¿en qué estabas pensando mientras yo hablaba?". Y el ángel permanece muda, manteniendo perfectamente la compostura, incluso cuando House sonríe con un leve deje de picardía en la comisura de sus labios. Juego, set y partido.

De pronto le he cogido un gran cariño a mis botas gangrenadoras, causantes de todo esto...

sábado, 28 de junio de 2008

Informe de daños

Esta entrada se iba a titular “Tú sí que sabes divertirte”, a sugerencia de mi compañero de trabajo Jules. Luego, J (de MyJ) sugirió que podría titularse “What’s up, doc?”, que también. Pero, al final, el título definitivo creo que encaja más con lo que voy a contar. Por cierto, paciencia, porque va a ser laaaaaaaaaaaargo.

Desde hace unas semanas llevaba sufriendo en silencio unas molestas heridas en las piernas, desde la rodilla hasta la punta de los pies. Hace quince días empecé a sufrir las consecuencias de lo que (estoy casi seguro) es una reacción alérgica a algún elemento existente en Granada. Y el domingo pasado FAV y yo dimos “el gran salto”, con resultados que se pudieron comprobar justo en la entrada anterior.

De modo que, este lunes, mi aspecto era el siguiente: de rodillas hacia abajo, como si fuera Popeye, con una inflamación considerable, y heridas variadas donde la piel no podía retener más la hinchazón. El resto del cuerpo, cubierto por una erupción cutánea de aspecto rojizo. Y las palmas de las manos como os he contado antes.

Pero soy un tío. Soy un machote. Vamos, que soy tonto, así que me digo lo típico de “bueno, de esto nadie se muere”, y me dispongo a pasar un día en casa, dejando que mi factor curativo (como si fuera Lobezno, que para eso leo comics) me ponga en el camino de la recuperación.

Mala idea: a estas alturas debería saber que mi factor curativo tiene valores negativos. Yo no me sano con el tiempo, sino que la entropía y caos de mi cuerpo aumenta, y si algo más puede fallar o empeorar, lo hace. Así que al fin llamo al médico, y allá que voy.

Nada más verme se fija en la erupción generalizada que tiñe de rojizo mi habitualmente pálida (y por tanto interesante) piel, así que lo despacha rápidamente diciendo que, con algo tan claro, lo mejor es mandarme de urgencia al dermatólogo, para que así diagnostique de una vez qué me pasa (tiene anotado en mi historial que, el año pasado por estas fechas, también tras volver de otro viaje a Granada, acabé con un sarpullido similar).

Entonces yo le digo que vale, que genial, pero que el coche no es la sorpresa, y que me mire las piernas. Por su cara le habría hecho más ilusión que esto último se lo hubiera dicho Angelina Jolie, pero se tuvo que conformar conmigo. Y, al ver lo que tenía entre la rodilla y el zapato, casi me echa a patadas, diciendo que no pierda más el tiempo allí, que me vaya a urgencias sin falta, que me da la baja en ese mismo instante, y que a lo peor me tienen que ingresar y todo. “De esto nadie se muere”: menos mal que no escogí estudiar medicina.

Así que cojo un taxi y me voy a La Paz. Mientras espero en el hospital, leo el diagnóstico con que me ha enviado a urgencias: “Celulitis monstruosa en ambas piernas”. Celulitis; sí, vale, monstruosa (que mola), pero celulitis. En fin, intento no pensar en ello, y espero a que me atiendan.

Y quien me examina es una atractiva doctora, que me pide que, para ver mejor las piernas y las erupciones, me quite los pantalones (no que me los baje, que me los quite). De modo que me quedo con mi polo y mis calzoncillos a rayas blancas y azules expuesto a su vista. Pero no parece convencida de que el resto de mi cuerpo esté igual de mal, así que me pide que me quite también el polo. Así que ahí estoy yo, en rojo, blanco y azul, como si fuera un enfermo homenaje a la bandera de los EEUU, y pienso “podría ser peor, podría haber cogido hoy los calzoncillos de Batman”.

Como también quiere ingresarme, dice que me espere, que llamará a una adjunta del hospital para pedir su opinión, y que ya se verá. Así que salgo, espero de nuevo, y media hora más tarde me hacen volver a entrar. Y esta vez ya está la adjunta. Y otras dos mujeres más, no exentas tampoco de su cierto atractivo. Y, de pronto, sé que va a pasar.

Por supuesto, vuelvo a tener que quedarme casi desnudo ante las cuatro mujeres. Por supuesto, lo que una de ellas traía en la mano sí era una cámara de fotos, y me piden sacar algunas, porque mis heridas son así de molonas. Sin cara, por supuesto, todo un consuelo. De modo que me pongo en pie, y dejo que me inmortalicen digitalmente.

Y, queridos lectores, aquí llega el momento más patético de toda la historia: mientras me sacaban las fotos, metí tripa instintivamente. Repasemos la situación: estoy casi desnudo, vestido únicamente con unos calzoncillos que, si bien limpios y en buen estado, han perdido su fuerza original, y no contienen el contenido del modo en que lo hacían en tiempos pretéritos. Además de eso, mis piernas parecen (y perdón por evocar esta imagen) surtidores adornados con virutas de piel muerta o moribunda. Por otra parte, el resto del cuerpo está cubierto por manchas rojas que van ganando cada vez más terreno a mi palidez natural. Y a mí no se me ocurre otra cosa que meter tripa; porque, claro, lo que me va a hacer salir mal en las fotos es ese pequeño sobrepeso.

La buena noticia es que al final no hizo falta ingresarme, y en menos de doce horas de haber empezado con el tratamiento que me prescribieron empecé a mejorar. Sigo teniendo un aspecto un poco más lamentable que de costumbre, pero al menos va rebajándose la hinchazón, tengo las heridas felizmente cerradas, y la erupción casi bajo control.

Pero estoy de baja por celulitis monstruosa. Y creo que me van a quedar estrías.

domingo, 22 de junio de 2008

Aquí se viene a morir

Esta mañana he acompañado a FAV y a su hijo de dos años al Parque de las Naciones. Teníamos pendiente desde hace tiempo quedar para ponernos al corriente de nuestras vidas, pero su paternidad y mis compromisos lo habían ido retrasando.

El caso es que nos hemos subido, ya en el parque, a un trenecito que recorre el recinto, mientras una grabación narra qué es lo que se ve a ambos lados de los vagones. FAV comenta entonces que, a la altura del barco pirata (un complejo de juegos y columpios para los pequeños), saltamos en marcha; que no pasa nada, que ya lo ha hecho otras veces; y que, aunque no está permitido, tampoco nos van a decir nada.

Por supuesto, salió mal.

El hijo de FAV murmuró con su vocecita de niño que el tren iba lento, y nos confiamos. FAV saltó por su lado, y pareció que no tuvo problemas, de modo que yo hice lo propio por el mío. Grave error. Resultado: caí de bruces, con las manos por delante, me despellejé las palmas, y proporcioné un resultón roto a la pernera izquierda de mis pantalones. Entonces el tren se paró, y pude oír perfectamente las críticas del resto de pasajeros. Creo que nos habrían linchado por nuestro atrevimiento, de no ser porque el tren continuó la marcha, y ellos no tuvieron el valor (ni la insensatez) de saltar como nosotros.

Así que me acerqué a FAV, a ver cómo logró él caer sin daño, y encima llevando a su hijo en brazos. La buena noticia es que el niño estaba bien, camino del tobogán del barco pirata. La mala es que FAV también había caído mal, y su pantalón también había sufrido. Entonces me explicó que, en realidad, había saltado del tren en otras ocasiones... pero no de este tren, sino del que hay en el Parque de Atracciones, y que había supuesto que sería igual. Vaya, pues no.

Comentando la jugada, él me dijo que pensaba que yo diría algo, y no saltaríamos; claro que yo pensaba que él, padre como es, diría algo y no saltaríamos. Pero como nadie dijo nada, saltamos. Al principio bien, sin mayores problemas, aparte de la sangre en mis manos, claro. Luego, el típico "pues parece que me duele la muñeca". Entonces, el clásico "ya que lo mencionas, a mí el tobillo me empieza a molestar".

En resumen: FAV tiene un esguince, y yo otra entrada para este blog.

domingo, 15 de junio de 2008

Legendario

Hace un par de días quedamos en casa de CyD para ver algunos episodios de "Cómo conocí a vuestra madre". Los dos piensan que tengo ciertos puntos en común con uno de los personajes, Barney. Y sí, algunos de sus gestos y frases bien podrían ser de mi propia cosecha. Aunque lo que más me gustó fue su tendencia a tratar de lograr que todo en lo que participaran él o sus amigos fuera "legendario".

Pues bien, ayer noche salimos a cenar un grupo de gente. Como reto personal me había propuesto conseguir que fuera uno de esos eventos "legendarios" (estoy trabajando en una palabra propia, tranquilidad: la cosa está entre "glorioso" y "memorable"). Creo que no lo logré.

De ocho personas que quedamos para cenar, una se fue al salir del restaurante mexicano (en el cual no supieron explicar a qué sabe el helado de cactus). Al poco, en el primer local en que entramos, otra de las personas dijo que el tequila le había sentado mal, y también se fue: quedábamos seis. Y poco más tarde, otra pareja argumentó que quizá fuese la cena lo que les sentó mal, de modo que quedamos cuatro.

Luego, lo mejor (por decirlo de alguna forma) de todo: Fungi y yo nos perdimos. En una calle recta. Quedábamos cuatro, ElHombreDelPlan, MoroccoGirl, y nosotros dos. Y les perdimos de vista. Y (cómo no) el móvil sin batería. Recordé cómo hace unos meses fui incapaz de encontrar un local en mi propia ciudad natal. Recordé a Marcus Brody, que "se perdió en su propio museo". Me parezco más a Marcus que a Barney. No sé si llorar o llorar más.

Al final Fungi y yo nos tomamos unas cervezas por nuestra cuenta, y estuvimos poniéndonos al corriente de nuestros tristes (y no tan tristes) asuntos. Y no fue algo legendario, ni glorioso, ni memorable (Fungi, no es culpa tuya).

Supongo que la próxima vez tendré que "ponerme traje".

lunes, 9 de junio de 2008

Fulminad a esos cabrones

Hemos pasado un estupendo fin de semana en Granada. Hemos ido MyJ, CyD, ElHombreDelPlan y yo. Y debería hacer algunos comentarios sobre ello, sobre la Alhambra, el Generalife, el Albayzín... pero voy a hablar sobre otra cosa.

A eso de las doce del sábado, al poco de acabar nuestra visita a la Alhambra, Fungi me llamó por teléfono. Mientras los demás miraban en las tiendas de recuerdos algo que llevar a sus familiares, mi amiga me decía que tenía dudas (fundadas) sobre su chico. Y yo en Granada, sin poder hacer por ella más que escucharle. A las pocas horas volvimos a hablar: habían terminado.

Entonces, me acordé de ElHombreDelPlan, y cómo acabó su relación de más de diez años. Y de Tamagochi, que pasó por algo parecido. Y en las personas que les hicieron daño, sólo porque "son cosas que pasan".

Lo que le sucedió a ElHombreDelPlan es el ejemplo perfecto (y cuento con su permiso para explicarlo aquí). Hace apenas un par de meses que se ha divorciado. Una razón de peso es que su ex-mujer ya no sentía nada por él. Eso lo puedo entender. Otra es que, mientras ella llegaba a esa conclusión, estuvo engañando a mi amigo durante un par de años. Eso no lo puedo entender. No lo acepto. No acepto que haya gente buena que reciba daño de personas que son incapaces de manejarse a sí mismos como seres con voluntad propia. Quizá seamos animales de instintos, pero tenemos el raciocinio suficiente como para distinguir, la inmensa mayoría de las veces, lo que está bien y lo que está mal. Y, precisamente por eso, en todas esas ocasiones sabemos que estamos eligiendo bien o mal.

Existe una escala de grises, de acuerdo. Pero si existe el gris es porque existen el negro y el blanco. Y, sinceramente, estoy harto de la gente que se ampara en la amplitud cromática para exculpar sus actos. "¿Qué le voy a hacer si yo soy así?", te dirá. Pues que cambie. Que no "sea así". Yo no tengo la obligación de aguantar que "sea así". Yo no tengo que soportar que, como "es así", haga daño a la gente buena a la que quiero. No quiero tener tratos con ese tipo de persona. Ni siquiera la quiero en mi planeta (aunque sobre eso poco puedo hacer).

Estoy harto de ver gente mala (sin eufemismos: mala). Para ellos ni uno solo de mis esfuerzos. No les deseo ningún mal, pero no les dedicaré ni el más mínimo gesto. No se lo han ganado, ellos "son así". Todo mi tiempo y todas mis energías para las personas que se lo merecen: hay que hacer que ser bueno sí valga la pena.

Aunque, en ocasiones, lo reconozco, lo que de verdad me pide el cuerpo es "fulminar a esos cabrones"...

jueves, 5 de junio de 2008

Any last words?

Finalmente hemos visto la cuarta entrega de Indiana Jones. Y los años no han pasado sólo por él. Cuando alguien diga "no es tan buena como las anteriores", que recuerde que él o ella tampoco es el mismo. Simplemente, no somos la misma persona, no nos sorprenden ni nos conmueven las mismas cosas que cuando teníamos veinte años menos.

Aunque reconzco que, viéndola en el cine, en algunos momentos me lo pasé tan bien como cuando Indy se arrastró por primera vez bajo aquel camión nazi.

En cualquier caso, no quiero hacer una crítica sobre la película, ni siquiera convencer a nadie de si "mola o no mola" (es Indiana Jones, claro que mola, chico). En su lugar, voy a comentar un par de frases de la película.

La primera la menciona el Decano Stanforth (que viene a tomar el relevo de Marcus Brody, personaje que interpretaba Denholm Elliot). La que me hizo reparar en la frase fue Tamagochi, ya que a ella le pareció especialmente interesante. Y como no la recuerdo en español, la escribo en inglés:

"We seem to have reached the age where life stops giving us things and starts taking them away."

Demasiado melancólica para mi gusto. Sí, perdemos gente por el camino, pero la que de verdad cuenta sigue siempre ahí. Y seguirá siempre ahí. Me niego a pensar de otro modo, me he redescubierto hace poco como un optimista, y estoy convencido de que la vida aún tiene (y siempre tendrá) mucho que ofrecer. Hasta de la pérdida se aprende.

Y tras este momento "Paulo Coelho", la frase que me llamó a mí la atención (encima la pronuncia John Hurt, uno de mis actores favoritos):

"How much of human life is lost in waiting?"

Pues eso. Se acabó esperar. Nada de darle vueltas a las cosas veinte veces antes de hacer algo. Nos paramos, pensamos, decidimos, respiramos hondo para reflexionar si hemos tomado la decisión correcta... y actuamos.

De hecho, creo que esta frase va a ir directa al listado de axiomas pop de aplicación diaria. En una futura entrada, ésta y otras más.

lunes, 2 de junio de 2008

Morir, dormir: dormir, tal vez soñar

Llevo cerca de treinta y dos horas despierto. Antes era algo que me sucedía bastante a menudo, no poder dormir durante la noche y tener que enlazar directamente con la jornada siguiente. No se trata de mala conciencia, es sólo que no puedo evitar darles demasiadas vueltas a determinados asuntos... para no llegar a ninguna conclusión. ¿Qué puedo decir? Soy un teórico de la vida. Pero tiene efectos secundarios interesantes.

Por una parte, tu mente trabaja en modo de ahorro de energía; sí, el cuerpo está ahí, los ojos parpadean, y las conversaciones se abren paso hasta el cerebro, pero no parece que todo eso esté sirviendo para algo. Hasta que todas las piezas encajan, y tienes la solución al problema. Al final, tienes la sensación de que podrías haber pasado todo el día durmiendo, despertarte únicamente las tres o cuatro veces en que necesitaras solventar algo, y de nuevo a dejar reposar la máquina.

Pero la mejor consecuencia son las ideas. Las cosas raras que afloran al final de la vigilia. Las historias que pueden salir (que en otras ocasiones han salido) al dejar que sueño y realidad se entremezclen.

Espero recordarlas esta noche mientras duermo.