sábado, 28 de junio de 2008

Informe de daños

Esta entrada se iba a titular “Tú sí que sabes divertirte”, a sugerencia de mi compañero de trabajo Jules. Luego, J (de MyJ) sugirió que podría titularse “What’s up, doc?”, que también. Pero, al final, el título definitivo creo que encaja más con lo que voy a contar. Por cierto, paciencia, porque va a ser laaaaaaaaaaaargo.

Desde hace unas semanas llevaba sufriendo en silencio unas molestas heridas en las piernas, desde la rodilla hasta la punta de los pies. Hace quince días empecé a sufrir las consecuencias de lo que (estoy casi seguro) es una reacción alérgica a algún elemento existente en Granada. Y el domingo pasado FAV y yo dimos “el gran salto”, con resultados que se pudieron comprobar justo en la entrada anterior.

De modo que, este lunes, mi aspecto era el siguiente: de rodillas hacia abajo, como si fuera Popeye, con una inflamación considerable, y heridas variadas donde la piel no podía retener más la hinchazón. El resto del cuerpo, cubierto por una erupción cutánea de aspecto rojizo. Y las palmas de las manos como os he contado antes.

Pero soy un tío. Soy un machote. Vamos, que soy tonto, así que me digo lo típico de “bueno, de esto nadie se muere”, y me dispongo a pasar un día en casa, dejando que mi factor curativo (como si fuera Lobezno, que para eso leo comics) me ponga en el camino de la recuperación.

Mala idea: a estas alturas debería saber que mi factor curativo tiene valores negativos. Yo no me sano con el tiempo, sino que la entropía y caos de mi cuerpo aumenta, y si algo más puede fallar o empeorar, lo hace. Así que al fin llamo al médico, y allá que voy.

Nada más verme se fija en la erupción generalizada que tiñe de rojizo mi habitualmente pálida (y por tanto interesante) piel, así que lo despacha rápidamente diciendo que, con algo tan claro, lo mejor es mandarme de urgencia al dermatólogo, para que así diagnostique de una vez qué me pasa (tiene anotado en mi historial que, el año pasado por estas fechas, también tras volver de otro viaje a Granada, acabé con un sarpullido similar).

Entonces yo le digo que vale, que genial, pero que el coche no es la sorpresa, y que me mire las piernas. Por su cara le habría hecho más ilusión que esto último se lo hubiera dicho Angelina Jolie, pero se tuvo que conformar conmigo. Y, al ver lo que tenía entre la rodilla y el zapato, casi me echa a patadas, diciendo que no pierda más el tiempo allí, que me vaya a urgencias sin falta, que me da la baja en ese mismo instante, y que a lo peor me tienen que ingresar y todo. “De esto nadie se muere”: menos mal que no escogí estudiar medicina.

Así que cojo un taxi y me voy a La Paz. Mientras espero en el hospital, leo el diagnóstico con que me ha enviado a urgencias: “Celulitis monstruosa en ambas piernas”. Celulitis; sí, vale, monstruosa (que mola), pero celulitis. En fin, intento no pensar en ello, y espero a que me atiendan.

Y quien me examina es una atractiva doctora, que me pide que, para ver mejor las piernas y las erupciones, me quite los pantalones (no que me los baje, que me los quite). De modo que me quedo con mi polo y mis calzoncillos a rayas blancas y azules expuesto a su vista. Pero no parece convencida de que el resto de mi cuerpo esté igual de mal, así que me pide que me quite también el polo. Así que ahí estoy yo, en rojo, blanco y azul, como si fuera un enfermo homenaje a la bandera de los EEUU, y pienso “podría ser peor, podría haber cogido hoy los calzoncillos de Batman”.

Como también quiere ingresarme, dice que me espere, que llamará a una adjunta del hospital para pedir su opinión, y que ya se verá. Así que salgo, espero de nuevo, y media hora más tarde me hacen volver a entrar. Y esta vez ya está la adjunta. Y otras dos mujeres más, no exentas tampoco de su cierto atractivo. Y, de pronto, sé que va a pasar.

Por supuesto, vuelvo a tener que quedarme casi desnudo ante las cuatro mujeres. Por supuesto, lo que una de ellas traía en la mano sí era una cámara de fotos, y me piden sacar algunas, porque mis heridas son así de molonas. Sin cara, por supuesto, todo un consuelo. De modo que me pongo en pie, y dejo que me inmortalicen digitalmente.

Y, queridos lectores, aquí llega el momento más patético de toda la historia: mientras me sacaban las fotos, metí tripa instintivamente. Repasemos la situación: estoy casi desnudo, vestido únicamente con unos calzoncillos que, si bien limpios y en buen estado, han perdido su fuerza original, y no contienen el contenido del modo en que lo hacían en tiempos pretéritos. Además de eso, mis piernas parecen (y perdón por evocar esta imagen) surtidores adornados con virutas de piel muerta o moribunda. Por otra parte, el resto del cuerpo está cubierto por manchas rojas que van ganando cada vez más terreno a mi palidez natural. Y a mí no se me ocurre otra cosa que meter tripa; porque, claro, lo que me va a hacer salir mal en las fotos es ese pequeño sobrepeso.

La buena noticia es que al final no hizo falta ingresarme, y en menos de doce horas de haber empezado con el tratamiento que me prescribieron empecé a mejorar. Sigo teniendo un aspecto un poco más lamentable que de costumbre, pero al menos va rebajándose la hinchazón, tengo las heridas felizmente cerradas, y la erupción casi bajo control.

Pero estoy de baja por celulitis monstruosa. Y creo que me van a quedar estrías.

3 comentarios:

moni dijo...

JOJOJO llamaron a la ADjuntaaa, yo cuando me lo contaste te entendí "LA JUNTA" :-D :-D
Y no veo qué de malo tendría llevar esos calzoncillos de batman tan bonitos que alguien te regaló :-)

Aathos dijo...

A veces me pregunto qué es lo que haces para meterte en esas situaciones, porque lo tuyo supera cualquier serie de TV. ¿cuándo publicarás tus memorias? ¿Las presentarás en "El Club de la Comedia"?

Tipo Deincógnito dijo...

En realidad no son situaciones tan raras, es sólo que hay que intentar venderlas como si fuera algo especial.

A veces te toca ponerte ante las balas, y otras coger la torreta ametralladora.